Leer, viajar, migrar es cambiar. Nadie que lea, que viaje,
que migre permanece inalterable. Es inevitable que las propias raíces se
movilicen, aun a pesar de cada uno. El
proceso puede ser algo doloroso de ser transitado. Sin embargo, es inevitable.
A veces, el viaje en la vida de todos los días es real; y
entonces la migración se produce por diferentes motivos, deseados o no;
evitables o no. La literatura también en estos casos se hará cargo y generará historias
varias sobre el tema. El grotesco con Discépolo-por
ejemplo, Stéfano/Mateo- dará cuenta de la
vida dolorosa, llena de nostalgia de los inmigrantes. El nuevo grotesco de
Cossa-Gris de ausencia-, menos angustiante,
con más humor, dará cuenta de la emigración. Griselda Gambaro y El mar
que nos trajo, retomará la inmigración. Evidentemente, tal como sostiene la Dra. Martina Fittipaldi en el artículo publicado en HABÍA UNA VEZ la Literatura[es] como un espacio de acogida y de reconstrucción identitaria, que puede
salvar de la angustia y ayudar a sobrellevar el desafío que supone la migración,
cualquiera fuere.
Los invitamos a leer el artículo y comentarlo, si así lo desean.
En tanto, les dejamos un fragmento brevísimo de El mar que nos trajo:
“Hacia la medianoche, a punto de partir, Giovanni abrazó a
Natalia fuertemente. Permaneció callado
mientras los marineros los despedían a grandes voces desde la cubierta,
y para los niños, para Natalia e Isabella esa fue una fiesta que no olvidaron
nunca.
Antes de reiniciar a pie el camino hacia la casa, la más
pequeña de las hijas de Isabella volvió la cabeza y dijo, con un suspiro:-Ahí
está el barco.”
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